Pedro Caballero llegó a la temprana edad de 6 años de España y vivió desde entonces en Ingeniero White; fue mecánico de locomotoras en el Galpón de Ing. White y en Talleres Maldonado hasta 2005, año en el que se jubiló. Desde el año 2006 y hasta dos días antes de su muerte, el 30 de enero del corriente asistió al museo Ferrowhite diariamente.
ARCHIVO CABALLERO
Ese es ahora su poder: desde ese margen remoto Pedro, con la autoridad de un exégeta, nos guía a través de sus cuadernos y libretas llenos de listas, las revistas y libros de su biblioteca, por las calles de White y de Bahía (las de antes y las de ahora), explica detalladamente el mecanismo de la bomba de vacío de la locomotora Baldwin Lima Hamilton, o la variada procedencia de los “artefactos” de su patio.
LA FORMA DEL ARCHIVO
Pedro anota en sus libretas los nombres de sus compañeros fallecidos, accidentes ferroviarios memorables, ministros, intendentes o los nombres de las locomotoras a vapor. Los lee constantemente y por eso tiene en su memoria esos datos siempre frescos. Ahora, en su cuaderno nuevo registra también, día a día, a dónde va, con quiénes se encuentra, qué hace, qué ve.
Si hemos estado conversando, por ejemplo, sobre los lugares donde en otras épocas se hacían bailes, cuando vuelve a su casa agrega una lista completa de salones y centros de reunión. El cuaderno se va convirtiendo, así, en un diario no sólo de sus actividades diarias sino también en un registro de las regiones por las que va transitando su memoria prodigiosa.
ARTEFACTOS Y HERRAMIENTAS
Desde que llegó de España con su madre hace 69 años, Pedro Caballero vive en White. Y salvo dos años que estuvo en el barrio Vialidad, estuvo siempre en la casilla de madera, una de las “colonias” que hace ya más de cien años la empresa Ferrocarril del Sud construyó para el personal que trabajaba en el Galpón de Locomotoras. Si no sale, Pedro relee revistas, libros o cuadernos de notas, cuida a sus gatos, o hace palabras cruzadas sentado en uno de los tantos asientos ubicados en el patio de su casa y rodeado de los “artefactos” que arma y desarma y vuelve a recomponer. Las herramientas que conservó durante años ya las trajo casi todas al museo.
Pedro Caballero fue muchas cosas en su vida, pero ante todo fue ferroviario. El ferrocarril era el centro gravitatorio de su identidad, ahí estaba el motor de la pasión que lo movía. Vivía en una casa de las colonias ferroviarias, vivía entre Ferrowhite, la Estación Sud y los talleres Maldonado, llevando y trayendo objetos y herramientas.
Pedro era excéntrico y extravagante. No era, sin embargo, un militante de la excentricidad y la extravagancia, simplemente vivía su vida como quería vivirla. Esos dos adjetivos, claro, hablan menos de Pedro que de nuestra incapacidad para nombrar lo que escapa a lo esperable y a lo que debe ser. Y qué cosa terrible, qué árido e inhabitable sería un mundo en el que todo respondiera dócilmente a lo que se espera y a lo que debe ser.
Lo primero que recuerdo de Pedro, allá por 2006, en Ferrowhite, fue el relato de un andén lleno de ferroviarios, lleno de bullicio y movimiento, a las dos de la tarde. En el centro de ese cuadro, Samataro, ferroviario fornido y legendario, y el hecho imprevisible: un gorrión que se posa en su cabeza, y todos que se quedan un instante quietos y en silencio, ante la modesta maravilla. Hasta que uno se ríe, y entonces todos los ferroviarios del andén se ríen, Samataro incluido. Pedro se reía después de contar ese mínimo momento de poesía, y se agarraba las manos y decía “qué increíble!”.
Aprendimos mucho de Pedro Caballero, como de muchos otros trabajadores. Ferrowhite hubiera sido algo muy distinto si no lo hubiéramos hecho. Yo, personalmente, les debo a ellos y a mis compañeros del museo, la convicción de que el gran relato de las naciones, sus luchas, sus conflictos, la soberanía, la independencia, no tiene ningún sentido si no lo entendemos como parte de una trama en la que se cruzan, día tras día, las acciones, las disputas, las vidas, los deseos y el trabajo de hombres y mujeres.
¿Cómo decirlo? Una llave inglesa es un pedazo de hierro. Pero una llave inglesa en las manos de Pedro Caballero, como en las manos de cualquier otro ferroviario, es un objeto valioso. En esa llave inglesa está el imperio inglés, el trazado urbano de Bahía Blanca con los barrios que quedan a un lado y otro de las vías, el puerto, la Junta Nacional de Granos, el ¡Ahora son nuestros!, el Banco Mundial, el General de los Estados Unidos Thomas Larkin y su plan para “racionalizar” la red ferroviaria argentina, y también está el dirigente gremial Osvaldo Ceci, y los huelguistas del 58, y Hugo Llera, arquero notable que dejó Estudiantes de la Plata para venir a Bahía a trabajar al ferrocarril, en épocas en que un futbolista no ganaba ni la mitad de lo que ganaba un ferroviario!, y la mujer de Hugo, que marchó por Avenida Alem cuando él y todos los huelguistas fueron presos, y Pietro Morelli, carpintero y guitarrista, y la madre de Pedro cocinando en Puerto Galván, y Samataro con un gorrión en la cabeza. Todo eso sabía Pedro Caballero. Por eso podía donar una llave inglesa al museo diciendo “es un objeto histórico”. Porque no hay una Gran Historia y una pequeña historia, no hay una historia de notables y una historia de la “gente común”. Hay historia, a secas. Y vida: cambiante, contradictoria, diversa. Todo eso es lo que tratamos de aprender de Pedro, y de tantos otros.
Yo no creo en el cielo ni en el infierno. Pero si el cielo existe, hoy, en este momento, debe estar lleno de locomotoras en marcha. Un flor de quilombo, una felicidad.
Una de las últimas entrevistas para televisión, “1000 metros”:
Textos: Marcelo Díaz – Ferrowhite.