«Si me sacan esto, me sacan la mitad de mi vida.» Rafael Malvica pronuncia cada palabra de manera lenta, como si le doliera la sola idea de pensar que podría ser el final. Las lanchas amarillas son como una mujer, como una amante, que lo atrapa y lo envuelve. No importa el frío, la lluvia o el calor. Todas las mañanas, cuando el sol ni siquiera se anima a asomar, él está ahí, en la banquina chica del puerto, junto a los patrones de las otras 28 embarcaciones que todavía subsisten.
Con las manos arrugadas de tanto tirar redes al agua y arreglar motores, lucha contra el tiempo. Es como una guerra que está decidido a combatir, aunque sepa que no puede ganar. Primero fueron los barcos fresqueros y de altura, con los que le fue imposible competir; después llegó el aumento del gasoil; ahora deberá implementar el sistema de monitoreo satelital, que no le permitirá desplazarse más allá de las 15 millas estipuladas. Si la caballa, la anchoíta o las corvinas están fuera de ese radio no podrá atraparlas. El problema es que en la costa ya casi no hay pescado, porque las flotas más grandes capturan mar adentro las especies que tradicionalmente eran exclusivas de ellos.
Los datos reflejan la tendencia. En 1994, las embarcaciones de la categoría Rada/Ría (entre las que están incluidas las lanchas amarillas) generaban desembarques por casi 31.852 toneladas, frente a las 46.301 de los barcos Costeros y las 214.019 de los Fresqueros, según el Departamento de Información Estratégica de Mar del Plata. Pero con el paso del tiempo se desplomaron a 7569 toneladas en 2015, contra las 65.186 de los Costeros y 193.619 de los Fresqueros.
Las lanchas amarillas descubiertas, que tienen una autonomía de navegación que les impone volver al puerto en el mismo día, no son una embarcación más. Su carga es muy limitada, no suelen superar los 13 metros de eslora y fueron construidas por algunos de los primeros pescadores marítimos profesionales de la Argentina. La mayoría llegaron de España e Italia, a principios del siglo XX. Generación tras generación se transmitieron las técnicas de la pesca artesanal. Para ellos esa es la verdadera escuela y su mundo, y ahora está en peligro de extinción. Mar del Plata, a la vez, podría quedarse sin una de sus típicas postales. No hay turista que no pase por el puerto y las vea, al lado de los lobos marinos; están siempre ahí, hace más de 100 años.
«Tengo una angustia que no me la puedo quitar. Tratamos de sobrellevarlo de la mejor manera posible, pero esto ya es mucho», se lamenta Malvica y recuerda tiempos lejanos, cuando pensaba que la pesca artesanal duraría para siempre.
A los 16 años se inició en el agua como tantos otros marineros, y ya no quiso hacer otra cosa. Con su papá -que había aprendido el oficio de su abuelo- compraron su última lancha hace 25 años: les costó US$ 152.000, durante el 1 a 1, y es la que hoy le sigue dando sustento. «No sé qué pensábamos», expresa. Pasó por varias crisis, pero ninguna lo golpeó tan fuerte como la actual.
«Necesitamos ayuda para que sobrevivan las lanchitas y nuestra historia. Podemos trabajar solamente tres o cuatro días al mes. No ganamos nada. Ya no vienen los más jóvenes», dice el hermano de Rafael, Daniel Malvica, y lo señala: «Él no quiere que su hijo de 23 años siga sus pasos. No quiere que sufra como nosotros. Es muy triste todo», agrega con un nudo en la garganta.
Dicen los viejos pescadores que no siempre fue así, que hubo épocas mejores. La ciudad estaba repleta entonces de lanchas amarillas. Primero empezaron en la tradicional playa Bristol y, después, en 1914 se vieron obligadas a trasladarse al puerto por exigencias de los turistas. Llegó a haber 300 naves y en los ojos de cada tripulante no existía la desilusión de tener que volver con las manos vacías.
La crisis comenzó en los 90, cuando el entonces presidente Carlos Menem firmó un acuerdo con la Unión Europea que incentivaba la pesca en la Zona Económica Exclusiva Argentina sin ningún tipo de restricción. Las consecuencias no tardaron en verse: aumentó 50% la captura de especies y ocasionó la depredación de la merluza común o hubssi, lo que llevó a sancionar, en 1999, la ley de emergencia nacional pesquera.
Lo que siguió no fue mejor para las tradicionales barcas marplatenses. El drama se acentuó en los últimos 16 años y podrían recibir el golpe final si las obligan a cumplir la Resolución 21, de 2008, de la Comisión Técnica Mixta del Frente Marítimo Argentino Uruguayo, que fija la obligatoriedad del posicionamiento satelital para las flotas de ambos países. Hasta ahora, distintas disposiciones provinciales e incluso nacionales las habían exceptuado. Pero el rango jurídico de una norma interna es menor a la de un acuerdo internacional.
«El sistema de monitoreo fue una solicitud de la Argentina a su par de Uruguay para hacer un seguimiento de la pesca en la zona común. Los únicos que no la aplican son las lanchas amarillas. Es un caso particular, pero se deben cumplir los requisitos internacionales de seguridad; tiene que haber legalidad en la pesca. La decisión de la comisión mixta es vinculante», dice a LA NACION el subsecretario de Pesca y Acuicultura de la Nación, Tomás Gerpe.
Las intimaciones ya empezaron a llegar. El problema para las lanchas es doble. A pesar de la existencia de la Ordenanza Marítima 1/97 que las encuadra en la categoría de Costeros Cercanos, con restricciones de alejamiento de la costa de hasta 15 millas náuticas, esa imposición era hasta ahora flexible y no la respetaban, porque en ese radio simplemente hay veces que no hay nada que pescar. También hay un dato no menor: instalar el dispositivo cuesta entre $ 5000 y $ 8000, y su mantenimiento mensual es de 100 dólares.
Las malas condiciones climáticas y el aumento de combustible del 30% en lo que va del año, que junto a la mano de obra suma un 90% del costo, completan un panorama nada alentador. «Son las únicas que navegan en aguas provinciales, nacionales y en la zona común. En Uruguay no existe este tipo de flotas, ya que de las más chicas pasan a las de altura directamente. Es complejo», agrega Gerpe.
La pesca costera de lanchas amarillas fue declarada de interés municipal por el Concejo Deliberante de Mar del Plata en 2008. Ya ahí se dejó por sentado la necesidad de «preservar su patrimonio cultural». Además se estableció su emergencia económica a través de la ley 12.501 de la provincia de Buenos Aires. Las iniciativas quedaron sólo en la intención y la solución está lejos de alcanzarse.
Para Luis Ignoto, presidente de la Sociedad de Patrones Pescadores que las agrupa y titular de la Delegación Municipal del Puerto, hay un peligro real de que desaparezcan. «Sería una lástima, porque se perdería una postal de identidad de Mar del Plata. Además son una escuela de capacitación natural. Los grandes capitanes surgieron de ahí», apunta.
Cada vez que los pescadores artesanales se enteran de que una de sus flotas se vendió, la angustia los invade. Todo pasó muy rápido, piensan algunos. De ser símbolo de una ciudad a desaparecer. «Nos deberían reconocer, no hacernos desaparecer. Estamos en estado de emergencia hace cinco años», se queja con vehemencia Hernán Pagano, patrón de la lanchita Cristo Rey que, como casi todas, tiene su nombre ligado a la religión.
Hace 15 años que cambió la capital del país por La Feliz y no piensa rendirse sin dar pelea. «Esta embarcación es de mi suegro que hace tres años dejó de navegar porque no le daba más el físico. Tiene los tendones de los hombros cortados, operaciones en una rodilla y cuatro stents. Tengo que salir a pescar por él, porque si no todo lo que hizo en su vida lo pierde», dice y lo resume en una frase: «En el único momento que no se queja de los dolores es cuando está en el agua. Ahí se olvida de todo. Es su refugio».
Los números dejaron de cerrar hace tiempo. Acá no se vive, se sobrevive. La ganancia puede variar mucho dependiendo de las salidas efectivas. Hay veces que no se logra pescar nada, hay otras que el mercado ya está saturado por los buques más grandes. Un buen día se capturan 1000 kilos de cornalito. Con suerte, esa situación se repite tres veces al mes. Son $ 60.000 (cotiza $ 20 el kilo). Pero limpios quedan $ 36.000, suma que se divide entre cuatro, cinco o seis tripulantes. Cada lancha tiene un permiso para pescar hasta 12.000 kilos de esa especie, pero están lejos de cubrir el cupo.
En la banquina chica se repiten los carteles y las banderas que reclaman una ayuda: «No a la desaparición de las lanchas amarillas» o «No al Monpesat [sistema de monitoreo satelital] a las lanchas». Según datos del sector, la pesca de estas embarcaciones representa menos de 0,5% a nivel nacional.
Desde la organización que conduce Ignoto proponen la reconversión de la flota. La iniciativa consiste en transformar las lanchas amarillas en embarcaciones de hasta 17 metros de largo, que les permitiría mayor autonomía y acceder a zonas de pesca más distantes del puerto local. Pero los propietarios se oponen. Juntar dos o tres embarcaciones y hacer una para ellos no es una opción.
Según datos de la municipalidad marplatense, la pesca aporta 4,5% al Producto Bruto Geográfico (PBG) de Mar del Plata, que es el equivalente al PBI a nivel ciudades, lo que lo ubica por detrás de la industria (18,4%) y la construcción (9,6%). Los datos -últimos disponibles- corresponden a 2012. El porcentaje muestra un claro declive, ya que en 2004 sumaba 6,8%. En cifras, el sector aportó $ 1083 millones.
«El pescador es pescador. La gente tiene sangre en las venas. Que te obliguen a abandonar e irte da impotencia. Veo muy crítica la situación. En cualquier momento las lanchas amarillas van a desaparecer», expresa Sebastián Marino, de La Julia. Con sus conocimientos podría conseguir trabajo en un buque más grande; además tiene 32 años, todavía es joven. «Yo puedo hacer otras cosas, pero acá hay gente grande que estuvo toda la vida», dice con bronca.
A lo lejos, en la banquina, se ve un pescador. Dicen que es un gran marinero, que tiene más experiencia que cualquiera y sus anécdotas se cuentan en cientos. Mario Pennisi, de La Nueva Augusta, tiene 79 años. Se sigue levantando todos los días para trabajar. El agua y su lancha son sus fieles amigos. No quiere perderlos.
Características de un ícono
Tamaño, color, autonomía y especies que pescan
24 horas
Las lanchas amarillas típicas del puerto de Mar del Palta tienen autonomía de hasta 24 horas, es decir, salen y vuelven al puerto en el mismo día; además no suelen superar los 13 metros de eslora
Amarillo
Por ser las embarcaciones más pequeñas, desde fines de los años 30 están obligadas a llevar el color amarillo, de mejor visibilidad en el mar. La flota que opera más allá de este límite lleva el color rojo
Redes llenas
Representan el 0,5% de la pesca nacional. Las especies marítimas que pescan este tipo de embarcaciones son, sobre todo, anchoíta, caballa (en el puerto la llaman magrú), pescadilla, cornalitos y corvinas
Cofradía
Fueron construidas por los primeros pescadores profesionales del país y son conducidas por entre tres y ocho tripulantes. Salen todas juntas, lo que se conoce como conserva, antes de la madrugada en plena noche.
Fuente: La Nación