Barcos hundidos, esqueletos de hierro que supieron ser grandes galpones y oficinas inhabitables. El paso del tiempo parece haberse ensañado con la Subsecretaría Nacional de Puertos y Vías Navegables. Mejor dicho, el Estado parece haber mirado para otro lado durante largos años cuando se trataba de poner en valor la dependencia que asegura las condiciones de navegación mediante el dragado y la señalización de los principales ríos de Argentina.
Flotan sobre el Riachuelo, oxidados, los restos de varios barcos hundidos, un puñado de naves inutilizables y otras tantas embarcaciones tan deterioradas que apenas puede adivinarse su color. Inmóviles, ya son parte de una postal del abandono. Los yuyos crecen en lo que fue la popa de una «draga», como se conocen en el mundo marítimo las naves encargadas de dragar los ríos.
Aunque ocupar espacios de poder forma parte del abecé de la política local, nadie quiso hacerse cargo de esta dependencia: cambió de manos cuatro veces en cuatro años. Pasó casi una década bajo las órdenes del ministro de Planificación Julio De Vido; lo tomó el ministro Florencio Randazzo en 2012, pero se lo entregó a su colega Axel Kicillof en 2015.
Es que Cristina Kirchner había encontrado otra solución para esta dependencia, lejos del óxido portuario y cerca de las luces del espectáculo: ideó, lanzó y licitó el Polo Audiovisual para la producción de contenidos de cine y televisión, que funcionaría en la isla Demarchi. Un megaproyecto licitado por $ 2500 millones que le generó un enfrentamiento a la ex presidenta con el gremio de Dragado y Balizamiento de Juan Carlos Schmidt.
Aunque el Polo Audiovisual todavía tiene destino incierto, desde el Ministerio de Transporte -ahora a cargo de la dependencia- adelantaron a LA NACION que intentarán recuperar la flota y las instalaciones de la Subsecretaría Nacional de Puertos.
Sólo de una decena de las 115 embarcaciones que aparecen registradas por la subsecretaría están en condiciones de ser utilizadas, informaron las nuevas autoridades de la dependencia. De las 15 dragas registradas sólo una puede utilizarse, a pesar de que la nave funciona con un permiso de seguridad provisorio de Prefectura. Las embarcaciones más modernas fueron adquiridas por el Estado en la década del 70. Nunca fueron renovadas. El Estado privatizó en los noventa buena parte del dragado de las vías navegables más importantes del país. Para medir el mantenimiento de los barcos alcanza con un primer vistazo.
Caminar por las instalaciones de la oficina Río de la Plata -una de las siete distribuidas en la Argentina-, en la isla Demarchi, es entrar en el túnel del tiempo y el tren del terror. Los restos de los barcos hundidos -por los que caminó LA NACION- forman parte de la triste herencia, y ya se convirtieron en un riesgo para el medio ambiente por el derrame de combustible. De hecho, la Autoridad de la Cuenca Matanza-Riachuelo requirió a la subsecretaría reflotar ocho de sus embarcaciones para el desguace definitivo por considerarlas nocivas.
«El desafío es recuperar esta área estratégica. Tenemos las embarcaciones y el conocimiento, sólo hay que realizar las inversiones para recuperar este potencial tan postergado para ponerlo al servicio de una navegación segura», dijo el ministro de Transporte, Guillermo Dietrich.
Si el óxido domina por completo la escena en el puerto, en tierra firme las imágenes transcurren en sepia. Las oficinas de la subsecretaría que se levantan en la isla Demarchi podrían convertirse en el primer barrio fantasma de la ciudad de Buenos Aires, sino fuera porque trabajan adentro 215 de empleados sin ninguna medida de seguridad, según pudo comprobar LA NACION.
Los empleados conviven, además, con ratas, mosquitos y otras plagas del puerto que se crían en los grandes galpones que solían emplear en sus talleres carpinteros, soldadores y mecánicos. Ya nadie trabaja ahí. Como si se tratara de esqueletos, sólo se mantienen en pie las vigas que sostiene el techo. Adentro, sólo escombros y más basura.
No sólo lo sufren los empleados. También los estudiantes de la Escuela Nacional Fluvial, que viajan desde todo el país para especializarse en dragado. Las aulas funcionan justo detrás de un galpón en ruinas.
A pocos metros de allí aparecen como piezas de museo dos surtidores de nafta de YPF, ya obsoletos. Casi de la misma época, en una oficina de la subsecretaría -cerrada el público- se lee sobre una pared descascarada el cartel de un joven Carlos Menem que, en campaña, rezaba: «Síganme».
Fuente: La Nación.